Alfonso II de Aragón fue el primer rey de la recien creada Corona de Aragón que unía este territorio con los condados catalanes a partir del año 1164. El acuerdo de unión de los dos territorios se tomo informalmente en 1137 en el Monasterio de San Victorián (que visité en julio de 2008) cuando se decidió la unión matrimonial del heredero aragonés con el Conde de Barcelona.
El nieto de Alfonso II de Aragón fue Jaime I el Conquistador que anexionó a la Corona Aragonesa, Mallorca, Menorca, Ibiza, Formentera, Valencia y Murcia, entre otros. Su heredero e hijo fue Pedro el Grande, un rey también bastante batallador que durante prácticamente toda su vida estuvo en guerra con Francia en los pirineos y tierras occitanas y que he conocido esta mañana en mi visita al Real Monasterio de Santes Creus, un espectacular complejo cistercense que alberga entre otros tesoros su tumba.
Pedro III de Aragón (el grande), cuarto rey de la Corona de Aragón a partir de 1276, además de Rey de Aragón, Rey de Valencia, Rey de Sicilia y Conde de Barcelona, dispuso en su testamento que a su muerte, sus restos descansasen para siempre en Santes Creus. De esta forma, en 1285 recibió sepultura en el Monasterio y su cuerpo fue colocado en una bañera-urna de pórfido rojo de origen romano que su hijo se encargó de adornar profusamente algunos años más tarde.
Tumba de Pedro III «el grande», Rey de la Corona de Aragón
Gracias a la dureza y peso del conjunto arquitectónico, su tumba es la única de un rey aragonés o catalán que no ha sido jamás profanada antes de 2010, cuando se procedió a su apertura, análisis y restauración.