La verdad es que estos 6 principios supuestamente japoneses son una adaptación moderna del budismo y no necesariamente ligados a la cultura japonesa aunque sí la identifican bastante bien:
Ikigai: Debes encontrar siempre tu propósito u objetivo en la vida.
Shikita Ga Nai: Acepta y deja ir. Cuando hay algo que no puedes cambiar, porque ha sucedido ya o porque símplemente es superior a ti, acéptalo y sigue tu camino.
Wase-Sabi: Encuentra la paz en las imperfecciones. No intentes tenerlo todo bajo control o tener una vida perfecta porque eso no existe. Se feliz con las imperfecciones porque eso hace única nuestra existencia.
Gaman.Preserva tu dignidad siempre. Es uno de los principios más poderosos, el de la perseverancia, el auto-control, la paciencia y la resiliencia. Es la gran diferencia entre las personas que alcanzan sus objetivos y los que no.
Oubaitori: No te compares. Sigue tu camino sin mirar a los otros intentándote comparar y ser «mejor». Se tu mismo y acéptate.
Kaizen. Mejora constantemente. Las pequeñas mejoras y cambios cada día son la mejor forma de alcanzar nuestro propósito en la vida, poco a poco, paso a paso.
En cierta manera estos 6 principios son una nueva aproximación, esta vez oriental, a la búsqueda de felicidad en la vida.
Esta discreta obra de arte tiene una larga historia pese a que pretenda comunicar un mensaje muy sencillo: la soledad de las personas frente a la vida y frente a los problemas.
Lo hice el 28 de septiembre de 2014 con un marco de IKEA y dos piezas bastante antiguas que habían estado conmigo durante hacía ya algún tiempo. El muñeco era uno de esos obsequios con los que Colacao intentaba fomentar sus ventas y llego a casa a principios de la década de 1990 y por aquí estuvo hasta que decidí montarlo junto al polluelo amarillo que me regalaron mis compañeros y amigos de T-Systems cuando en 2008 decidí dejar la compañía.
Representaba en su día la cantidad de “pollos” con los que tuvimos que lidiar durante los casi 10 años en los que permanecí en la empresa, trabajando muchos fines de semana y noches. Esa misma idea y representación es la que intenté plasmar en el cuadro y es que al final ante los desafíos más importantes de la vida, siempre estás tú solo, y aunque pueda parecer un mensaje algo pesimista es sin duda un grito de optimismo al hacer recaer en el ser humano, a nivel individual, la responsabilidad de todo lo que le sucede y darle el mando de todas las decisiones que lo guían a través del camino de la vida. No hay pues, excusa, para hacer de otros los responsables de tu camino, sólo tú.
Estas últimas semanas nos estamos dedicando a comer frutas y verduras y a extraer las simientes para luego sembrarlas en vasos de yogur. La tarea es más divertida de lo que parece, especialmente para Pol y Blanca.
Y ayer, de golpe, apareció de la nada una pequeña y delicada seta en uno de los vasos que alcanzó los 15mm en menos de 8 horas desde que nació. Estoy realmente asombrado.
El hongo es muy frágil y casi transparente en su sombrero aunque expone airoso su atractiva silueta (por favor, haced zoom) en un solitario espacio, donde ni siquiera ha aparecido aun ninguna planta después de casi dos semanas de sembrar un albericoque.
Después de buscarlo en Google, creo que se trata de una Coprinellus Curtus de vida muy efímera. Tanto que tres horas después de tomar la foto se secó y prácticamente desapareció. Afortunadamente, ahora perdurará para siempre en su fotografía.
Pol y yo estamos construyendo un ascensor con Lego y pretendemos ponerle una botonera y que vaya al piso que pulsemos. La tarea no es tan fácil como parece porque vamos a utilizar un Arduino y necesitaremos una unidad de potencia para controlar el motor (un puente dual H L298N), la botonera y un medidor de distancia para saber donde está el ascensor en cada momento.
Podíamos haberlo hecho con sensores en cada piso pero entonces el cableado iba a ser un infierno así que pensamos que un medidor de distancia podría funcionar bien. Nos decantamos por un medidor laser porque el ángulo de salida es más estrecho y así nos evitamos los rebotes típicos en los medidores por ultrasonidos.
Al final, el escogido ha sido el VL53LXX-V2 (llamado «time-of-flight» porque calcula el tiempo de ida y vuelta del haz laser), que incorpora un diminuto emisor y receptor laser con un ángulo de salida de unos 25º. Si lo compras, vas a tener que soldar los terminales tú mismo lo cual no es mayor problema. En mi caso, me llevo un poco de tiempo porque las puntas son muy pequeñas y mi soldador un poco antiguo (25 años al menos).
Para engancharlo a las piezas de lego, no me compliqué mucho la vida y lo pegué por la parte de los terminales y cable con celo a un doble bloque 4×4.
El esquema de conexión es sencillo:
Arduino
VL53LXX-V2
5V
VIN (blanco)
GND
GND (lila)
SCL
SCL (azul)
SDA
SDA (verde)
El siguiente paso ha sido preparar el sketch para nuestro Arduino One Rev4. En nuestro caso, para probarlo, hemos enviado la lectura de la distancia al serial monitor. Hemos utilizado la librería «Adafruit_VL53L0X» en la versión 1.2.4.
const int EchoPin = 5;
const int TriggerPin = 6;
void setup() {
Serial.begin(9600);
pinMode(TriggerPin, OUTPUT);
pinMode(EchoPin, INPUT);
}
void loop() {
int cm = ping(TriggerPin, EchoPin);
Serial.print("Distancia: ");
Serial.println(cm);
delay(1000);
}
int ping(int TriggerPin, int EchoPin) {
long duration, distanceCm;
digitalWrite(TriggerPin, LOW);
delayMicroseconds(4);
digitalWrite(TriggerPin, HIGH);
delayMicroseconds(10);
digitalWrite(TriggerPin, LOW);
duration = pulseIn(EchoPin, HIGH);
distanceCm = duration * 10 / 292/ 2; //convertimos la distancia a cms
return distanceCm;
}
El funcionamiento final es impecable. Me ha sorprendido la fiabilidad y precisión que ofrece en la medida de la distancia. Pese a todo, una vez montado dentro del ascensor, pierde un poco de exactitud en la planta baja porque el ángulo se extiende mucho y debe tener algún rebote inesperado, pero nada que al final no se pueda arreglar con una tabla ajustada manualmente.
He terminado de leerme «Dolce far niente. Una primavera toscana» de Rafael Vallbona, un pequeño libro de no más de 170 páginas que nos invita a parar y a contemplar la belleza del arte y de los pequeños detalles durante una estancia de unos meses en Siena, Italia.
El turismo de fotografía y de redes sociales está en el punto de mira en este ensayo o cuaderno de bitácora, no se muy bien como etiquetarlo, en contraposición al «slow tourism» (me acabo de inventar la expresión) alimentado por conceptos como volver al mismo café día tras día mientras observas a los transehuntes pasar o visitar y revisitar una galería de arte o iglesia y pasar tiempo en sus detalles y su historia.
En general hablamos de hacer que la vida transcurra más lenta, más sosegada y rebajar nuestro nivel de adrenalina diaria.
Para vivir eternamente solo son necesarias dos condiciones esenciales que invitan a la reflexión sobre los límites de la vida y la existencia:
Vivir mientras estás vivo. No es ningún secreto que mucha gente no sabe vivir. Sobre la felicidad se han escrito ríos de tinta, como el Ser Feliz, la Teoría de la Disruptividad o Las 8 Claves para ser feliz, y sin embargo ahí tenemos a media humanidad, sobre todo en los países más ricos, sin saber que hacer para tener una vida plena y ser feliz. Hay pocos secretos para ello: comer bien, hacer ejercicio, tener metas, olvidarse de las redes sociales (y especialmente de Instagram), estar socialmente conectado, romper con lo que no te hace feliz (y con la gente «consumidora de energía») y no tomarse las cosas demasiado en serio.
Dejar algo que perdure más allá de tu muerte física. Esto es lo más importante si quieres vivir para siempre y además es lo que puede dar sentido a tu vida mientras estás vivo. Básicamente se trata de tener claro el legado que quieres dejar y durante cuanto tiempo quieres que perdure. En mi caso particular son mis hijos, la historia escrita y documentada de la familia (con árbol genealógico y miles de fotos incluído), escribir un libro y dejar una casa en el pueblo donde nació mi padre.
Parece fácil, ¿no?. Hay muchas personas que siguen entre nosotros después de dejarnos y aunque no pretendo estar a su nivel, solo por citar algunas, diré Albert Einstein, Jesucristo, Mahoma, Gandhi, Darwin, Buda y Freud. También hay otras que siguen muy vivas, y que no deberían estarlo, como Hitler, Franco, Stalin o Kennedy (que fue el impulsor de la guerra de Vietnam y de la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba).
Últimamente me cuesta encontrar cosas interesantes en Netflix y al final acabo algunos días viendo vídeos y documentales en YouTube aunque en la mayoría de los casos pueden pasar semanas sin que encienda la televisión.
De las series que he visto estos últimos meses, hay dos que me han gustado y que al menos las he terminado: «Bronca» y «La última familia ninja».
«Bronca» es una minierie estadounidense de 10 capítulos que se sale un poco de los clichés americanos soporíferos y que arranca con un incidente de tráfico entre dos personas.
«La última familia ninja» es japonesa y por tanto diferente. Tengo que decir que gracias a esta serie he comenzado a interesarme por las películas (y series) japonesas y coreanas que aportan mucha frescura al catálogo cada vez mas aburrido de producciones americanas.
Compré el otro día una tabla de cortar de madera y le pegué usando unos clavos algunas de las llaves de mis padres que recuperé de su casa antes de que la vendiéramos hace algunos años.
La descripción de las llaves comenzando por la primera fila de izquierda a derecha y continuando con la segunda es la siguiente:
La puerta antigua de la casa de La Gornal donde vivió mi abuelo. Antes de la reforma que se hizo hace unos 40 años o así, la puerta era muy grande y permitía la entrada de carros.
Una de las puertas de la vitrina del comedor.
La puerta de seguirdad de entrada al piso de Josep Miret, donde vivían mis padres.
La cerradura de la puerta de entrada al edificio de Josep Miret.
El armario de la habitación de mis padres.
La puerta del armario donde se guardaban las bebidas.
La llave antigua de la entrada al edificio de Josep Miret antes de que cambiasen la cerradura.
La puerta inferior del armario del comedor que mi madre utilizaba como despensa.
La otra puerta del mueble contiguo que había en el comedor.
La llave de un mueblecito que teníamos en el recibidor.
La llave de los cajones del aparador que había en la habitación de mis padres.
La llave de una caja de caudales que hackeé para poder abrirla después de que se le rompiera a mi padre.