Hacía tiempo que no leía clásicos (para mi, los libros escritos al menos hace más de 100 años) y con La Barraca, de Vicente Blasco Ibáñez, ha vuelto a resonar por mi cabeza la idea de que no tan solo no tienen nada que envidiar a lo que se escribe actualmente sino que son, de largo, mejores.
El libro, publicado en 1898, se ambienta en la huerta valenciana a finales del siglo XIX y describe con todo lujo de detalles la tensión entre clases y dentro de ellas.
Han pasado casi 150 años y aunque la brecha social autóctona ha disminuído, la llegada de inmigrantes de América, África y Asia en estos últimos 30 años está volviendo a abrirla y creando una nueva generación de pobres que se suman a la clase media y a la burguesía tradicional e histórica.
Siempre recordaré una pintada que vi hace muchos años en la estación de tren de El Masnou en la que ponía «Los inmigrantes son los esclavos de la clase media«.
Cayo el otro día en mis manos, en nuestra oficina de Londres, una lata de refresco con burbujas y pepinos «wonky». Al preguntar que quería decir lo de wonky me dijeron que significaba feo, con defectos.
Efectivamente, durante muchos años nos hemos esforzado por cultivar frutas bonitas y de buen aspecto y ahora de repente, comienzan a aparecer marcas que no solamente reivindican que se utilicen vegetales y frutas defectuosos sino que encima el precio es más elevado como en el caso de Veritas, justificándose que al no llevar pesticidas los pájaros los picotean (poniendo una malla se arreglaría el problema, como hacen muchos).
Me ha encantado el emblema «Wonky» en la parte posterior de la lata: «Luchando contra el desperdicio de comida aceptando imperfecciones. Juzgamos el sabor, no el aspecto.«
No hay nada como ser un hacha del marketing para hacernos consumir cualquier cosa.
Continuando con la serie de fotografías antiguas de Margudgued, le toca el turno ahora al 2004, cuando comenzaron las obras de la urbanización que se construyó en los terrenos de la huerta de mis abuelos.
En esta primera fotografía tenemos Casa Gila a la izquierda y la casa de mis abuelos, Casa Sampietro, a la derecha. Ya en el 2004, se había elevado el tejado para que fuera habitable la última planta. Cuando mi abuela vivía e íbamos en verano a Margudgued, era siempre toda una experiencia subir a la «falsa», que era ese espacio que había entre la última planta y el tejado y que se destinaba a trastero y en el que habían mil cosas.
También en el 2004, se había puesto la baranda blanca en la terraza donde inicialmente no había nada y era símplemente el tejado del gallinero que se había hecho muchas décadas antes como un añadido de la casa principal.
En esta fotografía tenemos ya la casa de mis abuelos en primer plano a la que ya se le ha derribado el establo y la nave donde se guardaban las pacas de paja y los tractores. El Hyundai Santa Fe verde era el coche que tenia yo ese año y el Ford Fiesta el de mi padre, que ya se había jubilado.
Vemos en la foto anterior una vista más extendida de los terrenos donde estaba la huerta de Casa Sampietro justo antes de comenzar la construcción de la urbanización actual. El montón de piedras es lo que quedó del derribo del establo y que se trasladaron al centro de la huerta para dejar espacio para comenzar las primeras obras.
Las obras de los primeros apartamentos ya se han iniciado en esta fotografía. Se han ubicado en el antiguo establo de la casa de mis abuelos.
En esta última fotografía tenemos Casa Gila al fondo a la derecha con los terrenos que ocupaba la huerta de Casa Sampietro con la valla original que limitaba con el camino de San Antón.
He recuperado algunas fotografías de Margurgued de 1989, cuando aun no había ni Internet ni fotografía digital y las he escaneado.
En esta primera foto, tenemos a mi hermano Xavi y a Juan Antonio de casa Gila en la puerta de Casa Sampietro escuchando música en un walkman, esos aparatos que iban con cintas de casette. Los veranos siempre fueron super calurosos en el pueblo.
Pues aquí era donde terminaba y termina aun hoy en dia el pueblo. La cruz de término no ha cambiado mucho pero si el asfaltado de la calle y las construcciones que la rodean. La cabaña de la foto era una pequeña choza anexa a las cuadras de Casa Sampietro que fueron demolidas para construir los apartamentos actuales.
En la imagen de arriba tenemos la calle principal de Margudgued. No ha cambiado mucho en 35 años, la verdad, a no ser por las cuadras de la izquierda que fueron sustituidas por apartamentos.
No es muy buena la fotografía pero suficiente para identificar a mi abuela, Ángela Garcés, que fue la última moradora de Casa Sampietro en Margudgued antes de que se viniera con nosotros a Barcelona cuando su salud se puso complicada. El coche del fondo es el taxi de mi padre.
Esta fotografía es una de mis preferidas pese al mal enfoque y el agujero que tenía el negativo. Es una buena perspectiva de Casa Gila y Casa Sampietro, junto a la nave donde mis abuelos guardaban las pacas de paja y el tractor. Mucho antes, todo ese espacio que se ve estaba cubierto por huerta pero en los últimos años era donde las ovejas salían a pasear.
En la foto también se aprecia la gran parra que teníamos en el patio de casa y la majestuosa Peña Montañesa al fondo.
Asi de grande era el espacio donde hoy en día se alzan los chalets y el parque para niños en Margudgued. La construcción del fondo es donde actualmente tenemos el Bar El Pajar. A la derecha tenemos el viejo «Camino de Sant Antón».
Todas las fotografías las hice yo personalmente cuando tenía 18 años en el verano de 1989.
Después de 15 años por Twitter (o X), ayer decidí irme.
Lo había utilizado para informarme y seguir lo que iban haciendo o pensando algunos de mis amigos, pero progresivamente se ha ido marchando todo el mundo y al final solo han quedado cuatro bots fascistas y el pesado de Elon Musk.
Un dato que lo explica todo: cuando publicaba cualquier cosa, de los 2.000 followers que tenía, no más de 60 u 80 leían mi publicación, y eso después de una semana. Poco a poco se ha ido yendo todo el mundo hasta convertirse en la misma caricatura que encarna Musk.
Fue ayer también que abrí una cuenta en Bluesky, la réplica a X creada por Dorsey, el inventor de Twitter, hace unos 3 años y cuyo objetivo es convertirse en una red descentralizada que no pueda ser comprada y que opere de forma independiente y autónoma. Leía esta mañana que solamente ayer se dieron de alta más de 1 millón de usuarios. No está nada mal.
El titulo que Hartmut Lange dió a esta obra fue Margarita Achternach pero por alguna razón que desconozco, en la edición de Seix Barral de 1979 para España se cambió por la de La isla de los Pavos Reales.
La prosa poética de Lange envuelve de principio a fin esta corta novela, triste y de abatimiento constante que empieza como termina, sin esperanza, con un amor imposible de conseguir, un padre que intenta controlar la vida de su hija y la locura perenne como fondo común de esta.
Termina la última página y resulta inevitable pensar en el porqué Merten no luchó por lo que quería y porqué se dejó llevar por el lánguido fluir de la desidia y de la contradicción permanente del padre. Frau Mielke, la asistenta de la familia, adorna la novela con su inquietante y triste presencia, siempre a las órdenes del padre o de la hija sin que la esperanza logre desempañar ni un solo segundo la tristeza que impera en la casa.
Abandonar los sueños imposibles los hace aun más imposibles porque solo el atrevimiento, la osadía y la perseverancia tienen la magia de convertir todos los sueños en realidad. Esa magia que cuando la controlas, te hace invencible e inmortal.
Desde que era pequeño sabía que había un gramófono muy antiguo en la casa de La Gornal de mis abuelos maternos. Recuerdo poniendo discos en un dispositivo que iba con una manibela y que no necesitaba de electricidad ni pilas para escuchar música y de las agujas que se tenía que ir cambiando cuidadosamente para no rallarlos.
Cuarenta años después, me he traído a casa el gramófono, lo he limpiado, he apretado algún tornillo y ha vuelto a sonar. Además también me he traído la colección de 17 discos con anotaciones del año, con una canción por cara.
El gramófono es de la marca The Gramophone Company Ltd., ubicada en Hayes en el antiguo condado de Middlesex en Inglaterra. Hoy en día, Hayes pertenece al barrio de Hillingdon en Londres.
The Gramophone Company Ltd. era además la propietaria de una de las primeras discográficas, His Master’s Voice o La Voz de su Amo, en español. En el gramófono aparece el nombre de la discográfica en inglés pero en algunos discos que tengo está en español. Además también hay discos de otras discográficas como Odeón (1951), Columbia (1946), MGM (1949) y Decca.
Al abrir el gramófono, hay una etiqueta metálica con el nombre de la tienda donde posiblemente se adquirió el gramófono: «Hijo de Guillermo Puig S. en Calle Pelayo, 14 – Sucursal Ronda San Pablo 68-70 – Barcelona«. Buscando un poco en hemerotecas he encontrado algunos anuncios de la tienda alrededor de 1930.
Investigando un poco, creo que el modelo pudo ser comprado alrededor de 1930 y lo que no me queda claro es quién lo hizo. Se me hace difícil pensar que fueran mis abuelos porque nunca nadaron en la abundancia y es probable que quizás fuera un regalo de los dueños de la casa de Pedralbes donde servían (mi madre abuela cocinaba y mi abuelo era chófer).