El Cuello de Burgasé, en el Pirineo de Huesca, es uno de esos lugares a los que tienes que ir al menos una vez en la vida: belleza, soledad y épica.
Pero no es fácil llegar. Sistemáticamente me equivoco cada vez que pretendo ir y este fin de semana tuve que dejar el coche a más de 1 km porque el camino estaba impracticable.
Si quieres ir, no te fíes del GPS, utiliza un coche alto (al menos 22 cms de distancia libre al suelo) y tracción en las cuatro ruedas. Ni se te ocurra ir sin tracción en caso de lluvia.
La mejor, y casi diría la única, forma de subir es pasando por Cájol y no por Burgasé. Circulando por la N-260 desde Boltaña, en cuanto pasemos el km 457, hay que girar a la derecha en el primer desvío que encontremos. Al menos te llevará una hora alcanzar la cima.
Si sigues el GPS, te llevará por Burgasé y a partir de ahí, el camino está lleno de árboles caídos, roderas profundas y mucha vegetación. Será una misión imposible.
Aprovechando que llovía bastante el fin de semana, decidimos hacer un poco de exploración por la zona y nos aventuramos con el coche en dirección al Puerto de Serrablo desde Boltaña y un poquito antes de alcanzarlo nos desvíamos a la izquierda por una carretera, si se le puede dar ese nombre, hacia Pueyo de Morcat o Piumorcat, su nombre antiguo.
Después de unos 15 minutos, llegamos a un desolado pueblo con un par o tres de casas habitadas solamente en un paraje surcado por suaves colinas ultra verdes, prados, vacas y ovejas.
En el pueblo destaca la magestuosa iglesia del siglo XVII, hoy en estado ruinoso, y las antiguas casas con la arquitectura típica del Sobrarbe aragonés.
El pueblo está ubicado a unos 1.150 metros de altitud sobre el nivel del mar y se formó como un conglomerado de casas en torno a un pequeño castillo que se mantuvo en funcionamiento hasta el siglo XV.
El fin de semana pasado estuvimos en Boltaña y el sábado subimos casi hasta Murillo de Sampietro aunque nos dimos la vuelta cuando la lluvia se convirtió en el diluvio universal.
Cuando llegamos de vuelta al pueblo, así lucía el Barranco de San Martín, que habitualmente lleva un hilillo de agua solamente.
Pocas montañas existen tan icónicas en los Pirineos como la Peña Montañesa.
Sí, claro, tenemos el Monte Perdido y el Aneto y la Pica d’Estats y el Pedraforca pero de verdad que ninguna puede competir con la magestuosidad de la Peña Montañesa y su solitario entorno en el que es prácticamente imposible coincidir con alguien en su ascensión desde Laspuña subiendo por la Collada.
Una vez más, en los últimos días de agosto intentamos su ascensión con Pol (6 años) y Blanca (4 años) para ver hasta donde podíamos subir. Alcanzar los casi 2.300 metros de su pico es una tarea complicada pero algún día lo conseguiremos.
En esta ocasión llegamos hasta los 1.725 metros de altitud según mi Garmin por lo que aun nos queda un poquito para intentar alcanzar la cima de forma seria. También es cierto que comenzamos a andar muuuuy tarde pasadas ya las 11 de la mañana.
Aunque Pol estaba muy fuerte y hubiésemos podido llegar hasta arriba, Blanca iba un poco más justa de fuerzas y decidimos darnos la vuelta cuando alcanzamos un paso que requería un poco más de técnica y concentración.
La ruta completa y mapas puedes consultarlos en el Garmin Connect.
La clave, como siempre para subir con niños, es venirse con el calzado adecuado tanto para ellos como para ti y traerse un buen desayuno para comerlo por el monte.
El grip en las zapatillas o botas de montaña es algo esencial, especialmente en el ascenso a la Peña Montañesa ya que las pendientes son muy pronunciadas. En mi caso, aun es mucho más importante que para Pol y Blanca ya que en pasos difíciles tengo que darles la mano no solo en estático sino también mientras yo estoy andando también y es esencial que tenga puntos de apoyo super-estables.
Este lunes andaba por Ainsa (en la provincia de Huesca) y entré a preguntar en la Oficina de Turismo del pueblo como podía llegar a Monclús y a las ruinas de su castillo. La chica joven que me atendía me miró raro, miró el mapa y me indicó como llegar a Morillo de Monclús. Cuando les dije que no, que quería ir al Monclús que fue abandonado hace unos cuantos cientos de años y que tenía un castillo, en las inmediaciones del actual Embalse de Mediano, me volvió a mirar raro. La chica joven preguntó entonces a la más veterana y me dijeron que sí, que existen las ruinas de un castillo junto a Mediano pero que no sabía como llegar.
Lo que si me dijeron era como aproximarme a la torre de la iglesia del viejo Mediano que está prácticamente sumergida en el embalse cuando el agua está alta. Dado que esta semana ese no era el caso y el agua estaba realmente baja, mi objetivo era acercarme lo máximo posible e identificar en la distancia las ruinas de Monclús.
Monclús jugó un importantísimo papel en la alta edad media en el Sobrarbe actual ya que albergó la judería más grande de la comarca con una situación estratégica desde un punto de vista geográfico y financiero (para más información leer Fam i Fe). Alrededor del 40% de la población era judía frente al 60% restante que era cristiana con alguna familia musulmana.
Sin embargo, es especialmente importante por lo acontecido el 3 de julio de 1320 cuando su judería fue atacada por los «pastorcillos», un numeroso grupo de unas 5.000 personas procedentes de Francia que buscaban extender la fe cristina entre judíos y musulmanes pero sobre todo cambiar el orden de instituciones y las jerarquías sociales que estaban llevando a la miseria y al hambre a miles de habitantes.
El resultado de dicho ataque fue el asesinato de unos 100 o 120 judíos de los 150 que había en ese momento y el inicio del declive de su judería hasta su total desaparición unos años más tarde.
Tomando la A-138 desde Ainsa en dirección a Barbastro, a unos pocos metros antes de llegar al pueblo de Mediano, hay una pequeña desviación, no indicada, que hay que tomar y detenerse cuando llegamos a la barrera de la Confederación Hidrográfica del Ebro. Desde allí caminando llegaremos a las ruinas del viejo Mediano, con su torre en mitad del agua.
A la entrada del camino hay un monolito y una placa que explica la matanza de Monclús hace 700 años.
He leído ya en varias publicaciones que es bastante habitual la visita a este lugar de turistas judíos procedentes de Israel, razón por la cual la inscripción se muestra tambièn en inglés.
Una vez en las ruinas semi-sumergidas de Mediano, es muy visible el Tozal de Monclús de 707 metros de altitud donde se ubican las ruinas del Castillo de Monclús. Un poco más abajo es donde estaba situado el pueblo aunque me fue imposible ver nada.
En la siguiente imagen aparece el Tozal de Monclús justo a la izquierda de la torre de la iglesia de Mediano aunque no es posible ver ninguna ruina de su castillo desde este lado del embalse.
Dejo para otro día el acceder físicamente a las ruinas del castillo desde la carretera del Valle de la Fueva e intentar descubrir algún tipo de camino hasta las ruinas del pueblo.
Hace unos días hablaba sobre Pilar y Gerardo de Casa Torres en Margudgued y aprovechando que estoy terminando mis vacaciones en Boltaña, el otro día fuimos a visitar el cementerio con mis hijos y me encontré con su tumba, apellidos y años de fallecimiento.
La última morada de Pilar y Gerardo es un simple nicho con una pequeña placa en marmol que ni siquiera ocupa toda la superficie del frontal, acompañada por unas flores secas en una botella de agua de plástico y protegida por una piedra en el Cementerio de Margudugued.
Pilar y Gerardo compartían los dos apellidos, «Lanau Menac», ya que el padre de Gerardo nunca reconoció a su hijo.
Una de las casas más emplemáticas de Margudgued era Casa Torres, la última vivienda del pueblo (o la primera según se llegaba por el camino desde Ainsa).
Recuerdo muy bien, desde que era pequeño, a sus dos ultimos moradores: Pilar de Torres y su hijo Gerardo.
Pilar era madre soltera y pocos conocían al padre de su hijo, Gerardo, por lo que durante toda su vida arrastró un sentimiento de culpa y de sentirse señalada por haber sido madre fuera del matrimonio en un pueblo de apenas 40 o 50 habitantes. Mi abuela incluso me había llegado a decir que el hecho de que Gerardo fuera ciego era consecuencia de la «vida alegre» de Pilar y que Dios por eso había castigado a su hijo nacido del pecado.
A pesar de todo, Pilar y Gerardo conformaban una familia peculiar: Gerardo era muy simpático y siempre estaba dispuesto a ayudar en todo. Recuerdo los corros de vecinos en verano, después de cenar, en la calle en los que siempre estaban Pilar y su hijo explicando cuentos e historias.
En Margudgued, cuando llovía lo hacía con intensidad, como es normal en el Pirineo, y en más de una ocasión el rio se desbordaba y el agua entraba en las casas. Recuerdo que en esas ocasiones cuando la calle principal se llenaba de agua, Gerardo (ciego!!!) salía con una bara de hierro, encontraba la arqueta de la alcantarilla en mitad del agua y con una pericia especial, la abría para que el desagüe pudiera tragar toda el agua de la calle.
Los problemas de inundaciones terminaron cuando hace 30 años o así se decidió canalizar el rio y construir un pequeño paseo a su lado.
En otras ocasiones, Gerardo actuaba de manporrero de cerdos, nuevamente con una habilidad especial para los animales.
En esta foto de 1983 tenemos a Pilar de Torres en medio de mi hermano y yo (el pelirrojo con gafas). Detrás mío tengo a mi abuela, Ángela Garcés Cambra y a su lado a mi madre, a mi padre y también está Mariàngels, una amiga de mis padres que había subido con su marido, Mario, a buscar setas con nosotros. La foto está tomada frente a Casa Sampietro donde nació mi padre.
Pero un buen día todo cambió. Pilar de Torres se estaba haciendo mayor y hace unos 30 años Gerardo decidió terminar con su vida tirándose al río después de preguntar a un vecino si el río llevaba mucha agua por culpa de las lluvias. Encontraron su cuerpo ahogado a medio camino entre Margudgued y Ainsa.
Pocos años más tarde, en 2001, también falleció Pilar y con ella terminó la saga de Casa Torres.
Visitar el cementerio de Margudgued es siempre una actividad interesante. Se encuentra a unos 10-15 minutos caminando del pueblo y se llega tomando un pequeño sendero entre campos junto a la carretera no asfaltada que va hacia Ainsa junto al rio Ara.
Uno de los aspectos que llama más la atención del cementerio es la fecha que aparece en la losa de entrada y que marca 1924. La pregunta obvia es dónde estaba el viejo cementerio antes de esa fecha.
La respuesta la tenía mi padre. Me contó que el cementerio del pueblo estaba junto a la iglesia y que se construyó el nuevo en 1924 porque el viejo se había quedado pequeño. Sin embargo, no fue hasta la década de 1940 cuando tuvo lugar un hecho importante.
Casa Gila quería construir unos establos para vacas en los terrenos del antiguo cementerio que reclamaba como propios. Hubieron muchas discusiones y «peleas» encabezadas por Enrique y Teresa de Cambra que reclamaban que al menos trasladasen los muertos al nuevo cementerio.
Parece ser que no fue así y al final tiraron los cadáveres al rio. La misma historia me la contó también Teresa de Cambra hace unos 20 años o más, después de que mi padre me lo explicara. Me pidió además, que no publicara nada, porque este hecho generó una gran herida entre los vecinos de Margudgued que duró varias décadas. Pasados ya más de 80 años y con ningún protagonista vivo, he pensado que sería bueno compartir esta historia.
El viejo cementerio ocupaba las viejas cuadras de Casa Gila y el terreno del pozo al que se accedía por una especie de callejón. Hoy en día ya no hay animales ni vacas y el viejo edificio, colindante con la Iglesia, es una vivienda de turismo rural.
Toda esta historia hay que contextualizarla en los tiempos de postguerra que estuvieron marcados por disputas entre los dos bandos ideológicos incluso mucho después de la finalización de la Guerra Civil.