Cuando me llegue el momento de terminar aquí, en la vida terrenal, y tenga que aventurarme en la siguiente etapa en la vida eterna, tengo muy claro como me gustaría irme.
Nada, absolutamente nada, me parecería más épico, epopéyico y el broche final a toda una vida de felicidad extrema que morir a los 80, 90 0 100 años tras cruzar la línea de meta de una maratón.
Eso querría decir que he agotado la vida hasta su últmo suspiro, que no me resigné a los 70 a quedarme en el sofá viendo la tele y que la vida me sonrió siempre porqué yo le sonreí a ella, como me decía ayer Maria.