Hace unas semanas Pol y Blanca se comieron un tomate para cenar y decidimos quitarle unas semillas porque estaba muy bueno. Luego las pusimos en una hoja de papel de cocina y esperamos un día a que se secasen.
Después las sembramos en un vaso de plástico de yogur y cuando nacieron las tomateras y tenían un par de centímetros o tres, las transplantamos a su ubicación final, una jardinera elevada de plástico con tierra en abundancia.
Después de regarlas obstinadamente y de añadirles de vez en cuando posos de café, hoy nos hemos comido el primer tomate.
Ya se que no era muy grande ni estéticamente perfecto como los que podéis encontrar en Casa Ametller pero os aseguro que este sí es auténticamente orgánico y que nunca estuvo en una nevera antes.
Solamente al cortarlo ya se puede ver que es muy diferente a los tomates «huecos» que venden por ahí.
Como he comentado muchas veces, el sabor de un tomate que nunca ha estado en cámara frigorífica es muy diferente a los tomates que normalmente venden en todos lados, por no hablar de los matices en su sabor y aroma.
Si no lo has hecho aun, un día tienes que probar la experiencia de comerte un tomate directamente cogido de una rama en una tomatera.