Spoiler Alert: Si tienes intención de leerte «Bartleby, el escribiente» de H.Melville, no sigas leyendo.
Definitivamente, Herman Melville se avanzó a su tiempo con «Bartleby, el escribiente» y quizás por eso nunca fue un autor de éxito en vida. La resistencia pasiva con inspiraciones gandhinianas (aunque Gandhi es posterior a este libro, escrito en 1853) desemboca en un final épico y triste al que la última página de la novela le pone el broche de oro.
La tristeza y soledad a la que se ve abocada la vida de Bartleby intenta justificarse en el hecho de que había trabajado en la oficina de cartas muertas de Washington.
Es necesario viajar al siglo XIX en Estados Unidos para comprender la fuerza de esos últimos párrafos, cuando el correo era la única forma de comunicación entre personas alejadas y especialmente en Estados Unidos, muy alejadas.
La oficina de cartas muertas en el US Postal Service (USPS) era la encargada de procesar todas las cartas que no habían podido ser entregadas por cualquier motivo y que carecían de remitente válido. El trabajo de Bartleby consistía en abrir esas cartas e intentar encontrar pistas para poder enviarlas o devolverlas a sus destinatarios o autores.
¿Puede alguien imaginar cuantas historias podían encerrarse en una sola carta?. Obviamente, la mayor parte de ellas terminaban quemadas por no poder ser entregadas, mensajes que nunca llegarían a su destino, cartas de amor convertidas en desamor, conexiones rotas para siempre, familias perdidas y probablemente soledad, mucha soledad. Y tristeza. Esa tristeza que indudablemente convirtió a Bartleby en esa persona mínima que muere silenciosamente tal como había vivido. Como el había preferido vivir.