A estas alturas yo creo que ya nadie duda de que el tipo y forma de la pasta es crucial para realizar un buen plato: unos penne rigate no son lo mismo que unos macarrones, obviamente.
Esto lo digo porque los spaghetti me cuestan un poco y desde luego no están entre mis pastas favoritas. Hay un par de razones para ello.
La primera, y la más importante, es que es una pasta a la que le cuesta absorber sabores y a la que las salsas no suelen pegarse a no ser que sean muy grasosas o aceitosas. El no tener surcos ni huecos (como las espirales) hace que las salsas ligeras, que son las que más me gustan, no se adhieran.
Y la segunda razón es más logistica. Antes de nada diré que dos pecados capitales por los que alguien debería ir a la cárcel son utilizar una cuchara para comer los spaghetti y la más grave, casi rozando la pena capital, cortarlos con cuchillo. ¿Qué puedes esperar de alguien así?.
El tema es que he hecho un cálculo de probabilidades que después he comprobado en un experimento científico con 22 platos de spaghetti en 22 días distintos y la conclusión es que la probabilidad de que te manches para un plato de unos 150 gramos de pasta fresca es de un 38%. Esto significa que al menos una de cada 3 veces que comas spaghetti te mancharás la camisa o lo que lleves puesto en ese momento.
Eso ya de por sí, los imposibilita para pedirlos en un menú de mediodía en la oficina, lo cual no es un problema porque yo nunca como pasta fuera de casa a no ser que sea en unos pocos restaurantes en Barcelona o en Italia. Pero como que tampoco me gusta ensuciarme en casa, tampoco suelo hacerlos a menudo.
¿Alguna opinión en contra o a favor?.
La cocina italiana está sobrevalorada.