Ya he terminado de leerme «1917 – La revolución Rusa«, la apasionante secuencia de acontecimientos que sacudieron Europa en 1917 cuando la Primera Guerra Mundial estaba en su máximo apogeo y los campesinos, obreros y soldados rusos decidieron cambiar la forma de gobierno establecida hasta ese momento derrocando al Zar y estableciendo una democracia liberal con un gobierno provisional en Febrero de 1917.
Muchas de las medidas que se tomaron fueron realmente innovadoras y transgresoras a su tiempo como la imposición de la jornada laboral de 8 horas, el sufragio universal que incluía el voto de las mujeres, la supresión de los latifundios o la organización de comités sindicales.
Sin embargo, lo que apuntaba hacia una reforma democrática real se torció con la contrarevolución de Octubre cuando Lenin asumió el poder, disolvió el parlamento e inició una sangrienta guerra civil que desembocó en la creación de las URSS y de un régimen dictatorial, sin libertad de prensa junto a la supresión de la oposición.