Casi por casualidad me he topado hoy con unas fotografías de 1993 de cuando mi padre y yo ascendimos a la Peña Montañesa.
Es curioso observar las pintas que llevamos y lo poco preparados que íbamos (ni una pobre botella de agua) para ascender un pico de casi 2.300 metros en pleno julio.
Eso si, la gorra y el bastón no podían faltar.