Hacia 1920, Antonio Sampietro Betato reportó que mientras construían la carretera de Margudgued a Guaso, fueron hallados varios cadáveres que tenían unos clavos en la cabeza que les entraban por la frente y les salían por la nuca.Se comenta que dichos cadáveres fueron enrunados en el momento de hacer la carretera y cayeron hacia el lado del río (Barranco de Sieste).
El lugar donde fueron encontrados los cuerpos se encuentra justo en la última curva desde la que se ve el barranco de Sieste subiendo hacia Guaso. Ese lugar está a pocos metros de donde se cree se encontraba antiguamente el pueblo de Margudgued.
Una de las teorías más arraigadas explica que esta forma de enterramiento es un rito funerario ligado a comunidades judías durante la edad media en España y que perduró hasta el siglo XIII.
Dichas comunidades se distribuyeron desde el inicio de nuestra era hasta el siglo XV, cuando fueron expulsados de España por orden de los Reyes Católicos.
Información adicional relacionada con la práctica de enterramiento ligada a clavos
La práctica del clavo o clavos en las tumbas estuvo muy generalizada en España, al parecer en relación con los cementerios judíos.
Se han estudiado cementerios judíos como los fossares de Deza (Soria), Segovia, Calatayud, Teruel, Lérida, Montjuich, Barcelona, Pedregal y Córdoba. Todos ellos poseen lápidas con inscripciones hebraicas, escaso ajuar consistente en anillos con el nombre Jehová y clavos.
En 1918 el Marqués de Cerralbo (CERRALBO, 19l8) cuenta que: «En Luzaga (Guadalajara) encontró dos esqueletos a los que contorneaban la cabeza y otras partes del cuerpo, grandes clavos de hierro, pero la singularidad consiste en que cada pie se halla atravesado por otro clavo mayor, que pretendía sin duda sujetarle a la tierra, de cuya novedad arqueológica obtuve fotografías».
En Aguilar de Anguita exploró CERRALBO una necrópolis por inhumación en que los esqueletos se hallaban atravesados en diferentes partes por clavos, añadiendo la singularidad de que las plantas de los pies estaban todas ellas claveteadas por tachuelas de hierro.
En la necrópolis post-hallstática de Montuenga (Soria) encontró el mismo autor varios esqueletos con el cráneo atravesado por un clavo.
En 1883 ANDRES DE LA PASTORA (LA PASTORA, 1883) excavó en El Pedregal de Guadalajara por informes que recibió de ciertos hallazgos fortuitos y encontró una serie de esqueletos con la cabeza mirando a Oriente, los brazos adosados a lo largo del cuerpo y entre los huesos gran cantidad de clavos que parecían haber estado hundidos en las partes blandas y carnosas del difunto, doblados en algunos casos en forma de asta. Y dice que: «Lo más singular de todo es que en este enterramiento pavoroso, aparecen en su mayor parte los cráneos penetrados perpendicularmente por un largo clavo que debió atravesar toda la masa cerebral de los allí sepultados».
En otra sepultura yacían tres cráneos boca abajo con su correspondiente clavo cada uno, pero separados de sus troncos unos 50 o más centímetros, tal vez arrojados a una fosa común después de transportarlos de otro lugar. Cree el autor que esta práctica del clavo en el cráneo fue de uso general, si no en toda la Península Ibérica, al menos en territorio de Castilla la Nueva. Vamos viendo que no es así exactamente.
Menciona el dato que hemos comprobado en el Tomo 3º, folio 225, de las Memorias de la Real Academia de la Historia, en que se da noticia del hallazgo por los Hermanos Zamora, en la Mancha Alta, de 10 cadáveres con cráneos perforados por clavos.
El historiador de Osma, Señor Loperráez cuenta el hallazgo de un sepulcro con un esqueleto cuyo cráneo estaba empedrado de clavos del tamaño de tachuelas.
En la ciudad de Sigüenza, el año 1826 se descubrió un cementerio llamado «Osario de los judíos» con gran número de esqueletos en sepulcros separados, con el cráneo empedrado de pequeños clavos y penetradas las tibias en toda su longitud, así como fémures y huesos de ambos brazos por clavos. Este era el enterramiento llamado de «La Cuesta de Huesario».
En la villa de Medinaceli, en el término de Ben-Alcalde, se descubrió un gran número de sepulturas, cada una con un esqueleto cuyo cráneo aparecía atravesado por sendas escarpias, introducidas no perpendicularmente como en los cráneos de El Pedregal y Sigüenza, sino en dirección horizontal, uno desde la frente y los otros de temporal a temporal.
Todo parece indicar que España debió pasar por una época en la cual debió de estar bastante extendida y generalizada la costumbre de «clavar» a los cadáveres, especialmente en el cráneo «sin que ni la Historia ni la tradición nos hayan dejado rastro alguno ni la menor luz para poder vislumbrar el origen de tan rara como repugnante costumbre», dice LA PASTORA.
Cree este mismo autor que entre judíos hubo una práctica secreta o pública de sepultar de aquella manera ciertos cadáveres en la época en que vivían como los demás españoles, aunque gobernándose por su legislación particular. Recordemos que los judíos fueron expulsados de España por el edicto de 3l de marzo de 1492.
En 1896, la Real Academia de la Historia envió al Dr. OLORIZ, a su Laboratorio Antropológico de la Facultad de Medicina de Madrid, un cráneo procedente de Itálica atravesado por un clavo. El Dr. OLORIZ lo limpió, lo restauró y lo remitió con un oficio a la Academia el 23 de septiembre de 1896.
Se puso en contacto con los arqueólogos Manuel Ariza, Juan Fernández López y el Sr. Campos. Hizo un viaje expresamente a Itálica para ver la sepultura y para que abriesen otra en su presencia.
D. Antonio Ariza, en sus excavaciones de 1861 en unas sepulturas cerca de Alcantarilla, vió que uno de los esqueletos estaba en decúbito supino y con las manos en el vientre, atravesadas ambas por un clavo y además tenía restos de plomo derretido sobre el frontal y en los lados hasta penetrar en los oídos. Algunos de los cráneos exhumados entonces tenían clavos metidos por la frente.
El arqueólogo sevillano D. Antonio Cisneros y Lanuza había escrito una memoria de las excavaciones sobre los restos hallados en Itálica, atribuyéndolos a criminales o quizás a mártires, pero la tal Memoria se perdió.
D. José Rodríguez afirma que en su finca de Alcantarilla, en unas tumbas aparecieron cráneos atravesados por clavos. En una de las tumbas había un esqueleto de varón con una moneda de Magno Máximo entre las rodillas y un grueso clavo de hierro entre los pies, quizás atravesando los talones.
Cerca de esta tumba es donde apareció el cráneo perforado con el clavo que fue remitido a OLORIZ. Calculó en 1.200 años la data de la muerte del sujeto. La moneda de Magno Máximo fue datada en 383-388, aunque no se puede afirmar que sea esa la fecha de la tumba, sino algo posterior, de principios de la dominación visigótica en España (siglo V d.J.C.).
El clavo atravesaba la calavera descubierta en Itálica desde el parietal derecho a un centímetro por encima de la escama del temporal en su parte media. El orificio medía l2.5 mm. de delante atrás y ll.5 mm. de altura. No había el menor indicio de fractura que arrancase de la perforación ni señales de haberse desprendido fragmentos de la lámina ósea interior o vítrea en sus inmediaciones. Los bordes de la perforación estaban como limados por el roce al contacto con el clavo, que era de cobre, sin aleación, muy alterado por la oxidación, con una gruesa capa de oxicloruro de cobre hidratado (atacamita) y medía 88 mm. de longitud por 4 mm de anchura el promedio del astil y 21 mm. en la máxima dimensión de la cabeza, pero su longitud debió acercarse a los 12 cm. ya que su extremidad estaba rota. El tallo era de cuatro caras y estaba ligeramente doblado hacia su mitad.
El cráneo era de un varón de 25 a 30 años con gran mandíbula y l698 cc. de capacidad craneal, es decir grande. El tipo era mediterráneo, pero indígena de la región, dolicocéfalo y con una estatura aproximada de l.54 a l.55 metros.
La cabeza del clavo, cuadrilátera y aplastada, de factura basta, parecía labrada con martillo. No había agujero de salida. Se deduce que el clavo fue hundido poco después de la muerte, aún con las partes blandas o aún en vida del sujeto. No se intentó causar la muerte con este clavo. Si se hubiese tenido una intención de matar se hubiese hundido en la sien.
¿Cuál fue el objeto de este clavo? se preguntaba OLORIZ. ¿Suplicio, ideas supersticiosas, expiación? No se decide por ninguna y termina su informe diciendo que quizás se intentó marcar con un clavo la fecha más importante en la vida de un hombre que es la de la muerte, el paso a una nueva vida, idea que no le parecía descabellada.
FLORIANO CUMBREÑO (1926) publicó un pequeño informe sobre la necrópolis judaica de la ciudad de Teruel excavada por él y al describir las tumbas, a la altura del vientre se encuentra sin excepción una piedra. Uno de los cadáveres apareció con la cabeza dentro de una olla. Esta necrópolis judaica de la Aljama de Teruel se denomina en los documentos de la época (siglos XIII, XIV y XV) Fossas o Honsal de los judíos probablemente la única que existió en Teruel de esta religión.
En 1933 BLAS TARACENA (TARACENA, 1933) publicó su trabajo «Cadáveres atravesados por clavos en el cementerio judío de Deza, Soria». En él menciona las tumbas paganas de Belo (Cádiz) en las que se encontraron clavos en el sepulcro de Argando y Davela, encontrado junto a Riba de Sahelices (Guadalajara). Cree que los clavos obedecen a un motivo religioso. En Vilars (Gerona) se encontró un cráneo eneolítico atravesado por un punzón de cobre.
En la necrópolis romana de Carmona se encontró un cráneo atravesado por dos clavos. También en una tumba romana de Bullas (Murcia) y en otras varias de Medinaceli que cita TARACENA, como las de Puig Castellar de las que habla OBERMAIER (1928). Todos son casos que no pasan del siglo IV a V a.de J.C. y los explica como supervivencias de ritos mágicos de origen prehistórico semejantes a la trepanación post-mortem y quizás relacionados con la curación de enfermedades padecidas en vida.
Hace mención Taracena de los cráneos de El Pedregal (Guadalajara), los del Osario de los judíos de Sigüenza, los de Aguilar de Anguita, la necrópolis rupestre de Valdenebro (Soria) descrita por Loperráez en la que se halló un cráneo casi empedrado de clavos como tachuelas. Y por último, los excavados en el castillo de Sagunto, once esqueletos con el cráneo rodeado de cuatro clavos en nimbo radial y junto a las articulaciones de brazos, piernas y en los pies.
A todos estos añade Taracena la necrópolis de Deza (Soria) excavada por él en el «Cerro de los judíos». En 38 de las 57 tumbas excavadas había 8 de niños, 3 de púberes y 27 de adultos, varones y hembras, hallándose 600 clavos en total; en la que menos, cinco y en la que más 37 clavos, todos de hierro, de cabeza circular, de 3 a 6 cm de longitud. El escaso ajuar era de claro origen judío.
La disposición de la mayoría de los clavos indica que fueron clavados en el cuerpo del difunto seguramente en pleno rigor mortis. El de la tumba nº 28 tenía un clavo introducido en el conducto auditivo derecho y la nº 35, un clavo de 55 mm hincado totalmente en parietal izquierdo. La nº 50 que era la de un joven, tenía un clavo de 40 mm clavado entre la tercera y cuarta vértebras. Eran abundantes los clavos en las articulaciones (codos, cabezas de húmero, manos), sobre la sínfisis del pubis y otras zonas del esqueleto. Frecuente también fué hallar clavos hincados entre la tibia y el peroné y a veces dos en cada pierna. Alguno tenía hasta l4 clavos entre los huesos de los pies.
Dice TARACENA que se trata de esqueletos de judíos que vivieron en el siglo XII y XIII y «al no encontrar en la mayor parte de los huesos largos lesión producida por estos pequeños clavos que sólo atravesaban paquetes musculares, fuerza a pensar que para introducirlos se aprovechó la rigidez cadavérica y que se trata de actos sufridos post-mortem». Piensa que fueron enterrados sobre parihuelas, y los clavos servirían para sujetar el cadáver a la parihuela. ¿Pero y los que atravesaban el cráneo?
La imprecación tan común en La Rioja, Aragón y en Umbría (Italia) de «Clavado te veas como judío», parece estar en relación directa con este rito funerario.
TARACENA no se explicaba cómo puede ser un ritual judío cuando sus leyes son muy estrictas y les hace sentir horror por los cadáveres (ya lo contaba San Jerónimo) y respeto absoluto por los muertos (El Talmud, Maimónides) que proscribe tocar a parte alguna en los cadáveres excepto los cabellos que pueden ser cortados por los padres para guardarlos como recuerdo.
La única explicación posible es la que ya apuntó OBERMAIER del «Cadáver vivo», es decir, el poder que tiene el muerto de abandonar la tumba y actuar contra los vivos por lo cual es preciso el aniquilamiento del cadáver, sujetándole en la tumba con los clavos a los lugares adecuados.
Esa clavazón preventiva contra el maleficio del cadáver vivo no explica los clavos en la cabeza, corazón y pubis que interpreta como un rito expiatorio de faltas cometidas en vida.
Queda sin explicación aparente la coexistencia en los mismos cementerios de otras tumbas en las que no aparece ningún clavo. Cree finalmente que el rito de los clavos es una ceremonia de remoto abolengo que perduró en nuestra Península hasta el siglo XIII y que especialmente arraigó en el pueblo judío.
CANTERA (F.CANTERA, l953) describe los cementerios hebreos de España y señala la constancia de la aparición de clavos y cráneos clavados en ellos. Da también noticia del antiguo Fosal hebreo de Córdoba conocido desde que en 1931 y 1935 excavasen en él D. Enrique Romero de Torres y José Andrés Vázquez. Este último publicó el 4 de mayo de 1935 en la Revista Algo su trabajo «La Necrópolis hebraica de Córdoba».
En las tumbas excavadas señala que cerca de los restos humanos se descubrieron numerosos clavos, algunos atravesando determinados miembros de los esqueletos.
CAMPILLO (1980) describe el cráneo clavado de Puig Castellar que hoy se encuentra en el Museo de Barcelona, con un clavo de más de 20 cm perpendicular a la base de la que sobresale 4 cm y sugiere que estuvo en una superficie, probablemente de la muralla. BOSCH GIMPERA lo ha fechado en el siglo III a. de Cristo. Estos cráneos de Puig Castellar fueron hallados por Ferrán de Sagarra en una fortaleza ibérica de la Edad de La Tène (SAGARRA, 1906).
Menciona los cráneos clavados de Ullastret (Gerona) que tienen un carácter ritual y no de castigo. Cita por último el Santuario de Roquepertuse en Provenza, cuyo pórtico se encuentra adornado con cráneos dentro de hornacinas y en ellas una veintena de cráneos clavados. Este templo fue destruido, según cuenta Gaspar Casas, por los romanos, en el siglo II a.de J.C. y Posidoneos de Rodas que visitó por entonces Marsella comenta la curiosa costumbre que tenían los bárbaros de conservar cabezas decapitadas y embalsamadas (CASAS, 1943).
La doctora Romero de la Osa, señala que en la época de la Inquisición se utilizaban agujas y alfileres para pinchar los ojos de las personas acusadas de brujería, cuyas cabezas perforaban desde un oído a otro con hierros candentes.
CARLOS DE LA CASA realizó también un estudio sobre los cementerios judíos sefardíes en España, encontrando clavos en todas sus excavaciones.
Según El Talmud, los criminales condenados a muerte por un tribunal judío no eran inhumados en la fosa de sus padres. El tribunal disponía de dos cementerios distintos: uno destinado a la inhumación de los lapidados o condenados a tragar plomo derretido en estado de incandescencia; otro para los decapitados o estrangulados. Si un excomulgado del rito judío moría antes de ser absuelto por el Bet Din o Tribunal religioso, era transportado a su última morada sin rito ni ceremonia alguna y era enterrado en un rincón del cementerio, separado de sus correligionarios. Aquellos que se suicidaban recibían el mismo trato. Las mujeres de costumbres livianas, así como los calumniadores o traidores eran transportados al cementerio de la misma manera y sus familiares no tenían por qué guardar luto. Las costumbres sefardíes estaban completamente impregnadas de supersticiones de toda clase, por lo que no es de extrañar que el clavo representase una de tantas y uno de tantos ritos funerarios.
En todo lo expuesto podemos encontrar todas o casi todas las posibles explicaciones plausibles sobre este ritual de los clavos y las cabezas clavadas, pero ya el hecho de que existan muchas interpretaciones parece dar a entender que ninguna de ellas es totalmente satisfactoria. Se echa en falta algún documento de la época que hable de esta costumbre, pero no dudamos que algún día tal documento aparecerá y confirmará alguna de las hipótesis expuestas.
Resumiéndolas, podemos decir que entre los motivos de la presencia de clavos encontrados en sepulturas y cráneos, se ha pensado en: la superstición, motivos religiosos, rituales judiciales, martirio, suplicio, aniquilación del muerto vivo o prevención de aparecidos y vampiros, curación de enfermedades padecidas en vida en forma incurable, ritos mágicos, abrir una puerta para la salida del alma, impedir que el cadáver se convierta en un «zombi» (cadáver vivo capaz de hacer daño a los seres humanos vivos) o expiación de pecados cometidos en vida.
Creo que en ninguna parte hemos visto señalada otra idea que no es desdeñable y es el temor que siempre ha existido, y especialmente en la Edad Media, a morir enterrado vivo, a ser enterrado en vida. Fue tan grande este temor durante la Edad Media que se disponía de una cláusula testamentaria por la que se pedía que después de muerto el sujeto se le abriesen las venas para ver si aún corría sangre por ellas y se asegurasen así de que estaba muerto y no en trance cataléptico o similar, producido muchas veces por un accidente vascular cerebral. El clavar la cabeza pudo ser también, si no en todos, en algún caso, un deseo expreso del difunto o de sus familiares para asegurarse de que estaba realmente muerto o de que si estaba aún vivo, no pudiese revivir dentro de la tumba o convertirse en un mazzikin o espíritu maligno desencarnado.
El enigma de los cráneos clavados como puede verse continúa y todavía habrá que escribir e investigar mucho sobre este apasionante tema de la Antropología Médica y Forense.