La verdad es que no recordaba haber hecho estas fotos ni como las hice, pero es bastante obvio que utilicé algún tipo de zoom desde Guaso, probablemente junto a la iglesia o el cementerio.
Lo interesante de las fotografías es que se aprecia claramente como era el pueblo antes de que se comenzasen a construir las nuevas viviendas detrás de la calle principal. Solamente existían la escuela y algunos pajares.
En esta última fotografía, aun con más zoom, se pueden ver en primer plano la iglesia de Margudgued, Casa Gila y Casa Sampietro (donde nació mi padre) y después los primeros apartamentos que se construyeron aun sin terminar.
El fin de semana pasado, aprovechando que el viernes era festivo, decidimos añadir épica y memorabilidad y convertir en realidad un sueño imposible: dormir bajo el Castillo de Zafra entre la niebla y el frio.
El Castillo de Zafra se construyó en el siglo XII y se alza magestuoso sobre un conglomerado rocoso en medio de una dehesa (con algun pino) a 1000 metros de altitud sin ningún pueblo o carretera asfaltada a la vista, en la provincia de Guadalajara.
Para llegar necesitas conducir por una pista sin asfaltar durante unos 20 o 30 minutos más o menos. Mi recomendación es que a menos que no tengas un 4×4, lo hagas por la ruta norte porque por el sur el camino estaba algo mal.
Después de cenar en Molina de Aragón, enfilamos la carretera hacia el Castillo con la temperatura ya por debajo de los 5ºC y llegamos al sitio sobre las 9 de la noche en medio de la oscuridad más absoluta que uno pueda imaginar y bajo un cielo estrellado que hacía muchos años que no veía.
Desmonté las sillas de Pol y Blanca, las moví a los asientos delanteros junto con todo el equipaje que llevábamos y abatí los asientos traseros para montar un colchón inflable que había comprado. Y ahí dormimos los 3 bien abrigados y bajo una misma manta.
Nos despertamos temprano y a las 7 decidimos abrigarnos bien y salir a explorar los alrededores del Castillo, que son espectaculares, en medio de una espesa niebla y a 0ºC.
A las 9 de la mañana ya estábamos en Setiles, de 81 habitantes, desayunando en el único bar que encontramos en muchos kilómetros a la redonda.
En esta ocasión he recuperado un nueva tema, «La Envidia», escrito el 27 de marzo de 2013.
La Envidia
Hay cosas que existen pero no las vemos, la envidia es una de ellas.
¿Qué es la envidia? una virtud?, no, un vicio?, tampoco, una enfermedad?, no llega a tanto, pero va por el camino de serlo.
El mundo actual se presta a muchas envidias si no somos conscientes de nosotros mismos, de lo que queremos o necesitamos, ¡Cuantos objetos se tiran a la basura por envidia! Cuando vemos que fulanita se ha cambiado algún mueble o reformado algo del piso, nos entran unas ganas locas de hacer lo mismo. ¿Tenemos realmente necesidad de hacerlo? es lo primero que tenemos que preguntarnos, o ¿es solamente porque alguna vecina o amiga lo ha hecho?.
La envidia, según mi modesta opinión (que hay opiniones para todos), es falta de personalidad. Tenemos que parar de hacer lo que hacen los demás; hay que tener en cuenta que no siempre el que más tira es el que está en mejor situación económica. Suelen ser muy amantes de las compras a plazos. Conozco vecinos que están esperando terminar con los plazos del coche para comprarse otro nuevo.
A principios de mes, los taxistas tienen mucho más trabajo, han cobrado y olvidan que el salario ha de durarles hasta final de mes. Tal vez los últimos días del mes, en lugar de ir en taxi, alguno mirará si puede colarse en el metro o autobús sin parar.
No hay que mezclar la envidia con los celos aunque tengan algo de parentesco. Este úñtimo suele ser más grave. Ya desde niños empiezan los celos, hay que empezar la educación de muy pequeños y los mayores que les rodean observar si tienen algún problema y no comparar ninguna virtud nunca entre hermanos. No todos somos iguales, hay que saber respetar las diferencias y hacer comprender que cada cual puede ser apto para una tarea distinta en la vida. Sin desmerecer a ninguno, se evitarían envidias y celos.
En los pueblos, todavía son más acusadas las envidias entre vecinos, muchos cambian de coche para farolear, no por necesidad. He sido testigo de ello.
Hacía tiempo que no leía clásicos (para mi, los libros escritos al menos hace más de 100 años) y con La Barraca, de Vicente Blasco Ibáñez, ha vuelto a resonar por mi cabeza la idea de que no tan solo no tienen nada que envidiar a lo que se escribe actualmente sino que son, de largo, mejores.
El libro, publicado en 1898, se ambienta en la huerta valenciana a finales del siglo XIX y describe con todo lujo de detalles la tensión entre clases y dentro de ellas.
Han pasado casi 150 años y aunque la brecha social autóctona ha disminuído, la llegada de inmigrantes de América, África y Asia en estos últimos 30 años está volviendo a abrirla y creando una nueva generación de pobres que se suman a la clase media y a la burguesía tradicional e histórica.
Siempre recordaré una pintada que vi hace muchos años en la estación de tren de El Masnou en la que ponía «Los inmigrantes son los esclavos de la clase media«.
Cayo el otro día en mis manos, en nuestra oficina de Londres, una lata de refresco con burbujas y pepinos «wonky». Al preguntar que quería decir lo de wonky me dijeron que significaba feo, con defectos.
Efectivamente, durante muchos años nos hemos esforzado por cultivar frutas bonitas y de buen aspecto y ahora de repente, comienzan a aparecer marcas que no solamente reivindican que se utilicen vegetales y frutas defectuosos sino que encima el precio es más elevado como en el caso de Veritas, justificándose que al no llevar pesticidas los pájaros los picotean (poniendo una malla se arreglaría el problema, como hacen muchos).
Me ha encantado el emblema «Wonky» en la parte posterior de la lata: «Luchando contra el desperdicio de comida aceptando imperfecciones. Juzgamos el sabor, no el aspecto.«
No hay nada como ser un hacha del marketing para hacernos consumir cualquier cosa.
Continuando con la serie de fotografías antiguas de Margudgued, le toca el turno ahora al 2004, cuando comenzaron las obras de la urbanización que se construyó en los terrenos de la huerta de mis abuelos.
En esta primera fotografía tenemos Casa Gila a la izquierda y la casa de mis abuelos, Casa Sampietro, a la derecha. Ya en el 2004, se había elevado el tejado para que fuera habitable la última planta. Cuando mi abuela vivía e íbamos en verano a Margudgued, era siempre toda una experiencia subir a la «falsa», que era ese espacio que había entre la última planta y el tejado y que se destinaba a trastero y en el que habían mil cosas.
También en el 2004, se había puesto la baranda blanca en la terraza donde inicialmente no había nada y era símplemente el tejado del gallinero que se había hecho muchas décadas antes como un añadido de la casa principal.
En esta fotografía tenemos ya la casa de mis abuelos en primer plano a la que ya se le ha derribado el establo y la nave donde se guardaban las pacas de paja y los tractores. El Hyundai Santa Fe verde era el coche que tenia yo ese año y el Ford Fiesta el de mi padre, que ya se había jubilado.
Vemos en la foto anterior una vista más extendida de los terrenos donde estaba la huerta de Casa Sampietro justo antes de comenzar la construcción de la urbanización actual. El montón de piedras es lo que quedó del derribo del establo y que se trasladaron al centro de la huerta para dejar espacio para comenzar las primeras obras.
Las obras de los primeros apartamentos ya se han iniciado en esta fotografía. Se han ubicado en el antiguo establo de la casa de mis abuelos.
En esta última fotografía tenemos Casa Gila al fondo a la derecha con los terrenos que ocupaba la huerta de Casa Sampietro con la valla original que limitaba con el camino de San Antón.
He recuperado algunas fotografías de Margurgued de 1989, cuando aun no había ni Internet ni fotografía digital y las he escaneado.
En esta primera foto, tenemos a mi hermano Xavi y a Juan Antonio de casa Gila en la puerta de Casa Sampietro escuchando música en un walkman, esos aparatos que iban con cintas de casette. Los veranos siempre fueron super calurosos en el pueblo.
Pues aquí era donde terminaba y termina aun hoy en dia el pueblo. La cruz de término no ha cambiado mucho pero si el asfaltado de la calle y las construcciones que la rodean. La cabaña de la foto era una pequeña choza anexa a las cuadras de Casa Sampietro que fueron demolidas para construir los apartamentos actuales.
En la imagen de arriba tenemos la calle principal de Margudgued. No ha cambiado mucho en 35 años, la verdad, a no ser por las cuadras de la izquierda que fueron sustituidas por apartamentos.
No es muy buena la fotografía pero suficiente para identificar a mi abuela, Ángela Garcés, que fue la última moradora de Casa Sampietro en Margudgued antes de que se viniera con nosotros a Barcelona cuando su salud se puso complicada. El coche del fondo es el taxi de mi padre.
Esta fotografía es una de mis preferidas pese al mal enfoque y el agujero que tenía el negativo. Es una buena perspectiva de Casa Gila y Casa Sampietro, junto a la nave donde mis abuelos guardaban las pacas de paja y el tractor. Mucho antes, todo ese espacio que se ve estaba cubierto por huerta pero en los últimos años era donde las ovejas salían a pasear.
En la foto también se aprecia la gran parra que teníamos en el patio de casa y la majestuosa Peña Montañesa al fondo.
Asi de grande era el espacio donde hoy en día se alzan los chalets y el parque para niños en Margudgued. La construcción del fondo es donde actualmente tenemos el Bar El Pajar. A la derecha tenemos el viejo «Camino de Sant Antón».
Todas las fotografías las hice yo personalmente cuando tenía 18 años en el verano de 1989.